Muchísimos medios de comunicación se están haciendo eco de la noticia que tantas personas esperaban escuchar. Por primera vez, AstraZeneca reconoce que su vacuna contra la COVID-19 puede causar trombosis y pide que se retire su comercialización.
Lógicamente, estos titulares han impulsado muchos “os lo dije”. Se ha alentado a la denuncia y el linchamiento social de los científicos y comunicadores que en su día defendieron la administración de esta vacuna. ¿Pero realmente ha cambiado algo?
Muchos de estos titulares no están siendo rigurosos en las afirmaciones. No es la primera vez que AstraZeneca reconoce los casos de trombosis. Es la primera vez que lo hace en un documento legal. La ficha técnica de su vacuna contra la COVID-19 lo indica prácticamente desde el inicio de su administración. En realidad, la única diferencia es que ahora los tribunales de muchos países están admitiendo las demandas de algunos de sus ciudadanos por daños ocasionados por la vacuna. Esto ha obligado a la compañía farmacéutica a declarar oficialmente en un texto legal lo que en ningún momento han negado: que su vacuna puede causar efectos secundarios graves. Igual que el ibuprofeno, el nolotil, los anticonceptivos y un largo etcétera de fármacos.
Nada nuevo bajo el Sol
La vacuna contra la COVID-19 de AstraZeneca resultó muy beneficiosa en su momento. En otro artículo, publicado al inicio de estas polémicas judiciales, explicamos los motivos con enlaces a numerosos estudios científicos.
Lo único que ha cambiado desde entonces es que AstraZeneca ha facilitado los informes que se le han solicitado y que, además, se ha solicitado a la Comisión Europea que se detenga su administración. Ha sido la propia compañía farmacéutica la que ha hecho esta solicitud. Los motivos, según han explicado a The Objective, residen en que se han desarrollado múltiples vacunas actualizadas para variantes de COVID-19, de manera que hay un excedente de vacunas disponibles que ya no se están utilizando.
La demanda de su vacuna, conocida como Vaxzevria, ha disminuido muchísimo, por lo que no tiene sentido seguir comercializándola. Pero sí lo tuvo en un inicio. El balance beneficio/riesgo fue suficiente para considerar útil la vacunación, aun con los posibles riesgos que en ningún momento se negaron. Ahora, en cambio, hay opciones mucho mejores.
Esto se ha hecho con muchísimos fármacos. Los anticonceptivos, por ejemplo, han evolucionado mucho con el paso de los años. Hoy en día son mucho más seguros que las primeras opciones y, aun así, la probabilidad de desarrollar una trombosis sigue siendo mayor que con la vacuna de AstraZeneca.
No se trata solo de AstraZeneca
La diferencia entre el consumo de los citados anticonceptivos y la administración de la vacuna de AstraZeneca es que lo segundo estuvo mucho más extendido. Si el fármaco lo recibe una cantidad mayor de personas, por estadística, habrá más efectos secundarios, por raros que sean. Por eso vimos tantos casos de trombos. Unos casos que, en términos generales, fueron muy poco frecuentes.
Si leemos el prospecto de cualquier medicamentos veremos que siempre hay efectos adversos que se definen como comunes, raros, muy raros o incluso extremadamente raros. Se cita la proporción de la población en la que puede darse, de manera que, si ocurre, la persona que tomó esa medicación ya sabía que podía ocurrir. Si cada persona que desarrolla un trombo por tomar anticonceptivos o problemas hepáticas por consumo regular de ibuprofeno pusiese una denuncia los tribunales no darían abasto.
Gracias a las vacunas de Moderna o Pfizer, entre otras, los efectos secundarios son todavía más raros que con AstraZeneca. Eso hace que ya no sea una vacuna tan necesaria. Pero no olvidemos que, gracias a ella, es posible que muchos de nuestros mayores sigan vivos hoy en día. Debemos ver las cosas en perspectiva. El problema es que con la COVID-19 hemos dejado de hacerlo. Nunca se había hecho un seguimiento tan extenso de las fases de ensayos clínicos de un fármaco o de los posibles efectos adversos a lo largo del tiempo. Si nos fijamos, veremos aquello que siempre nos ha pasado desapercibido: que el consumo de casi cualquier medicamento conlleva unos riesgos. No hay nada nuevo en el caso de AstraZeneca.