La saga Alien es fundamental en la ciencia ficción contemporánea. Pero, eso no la hace menos irregular. Con una historia cada vez más amplia y rica que explora su propio universo a varios niveles distinto, la franquicia ha profundizado en varios puntos a la vez. Por un lado, enfrentar a un monstruo implacable, sin nombre — y tampoco ojos — convertido en, quizás, la criatura más peligrosa jamás imaginada en el cine. Al otro extremo, a sus personajes y su contexto. Lo que abarca desde figuras emblemáticas a incluso la bioética y la conspiración corporativa. Eso, en medio de un ambiente claustrofóbico y cada vez más violento.

Nada de eso falta en Alien: Romulus, que logra, desde sus primeras escenas, combinar en una misma historia las mayores obsesiones de la franquicia. Pronto, lo que comienza como la conocida exploración de una tripulación que no sabe lo que encontrará, se transforma en una pesadilla. Pero no lo hace a la manera poco orgánica y forzada de otras entregas de la saga. Al contrario, el guion de Fede Álvarez y Rodo Sayagues es mucho más compacto y va al grano. De nuevo, la exploración es el principio de una historia violenta. Sin embargo, esta vez se trata de grupo de colonos sin muchas expectativas a futuro más allá de sobrevivir. Lo que lleva a la película a un lugar interesante sin ser del todo novedoso.

Alien: Romulus

Alien: Romulus recupera lo mejor de la saga y lo lleva a una dimensión más realista, violenta y sangrienta que cualquiera de las anteriores cintas, a excepción de la primera. Eso, gracias a la destreza del director Fede Álvarez para convertir una estación espacial abandonada en un territorio gótico de sombras y horrores. Pero en especial, la forma en que analiza al xenomorfo, más escalofriante, violento y brutal a través de efectos prácticos. No obstante, la nostalgia pesa como el único punto bajo de la producción.

Puntuación: 4 de 5.

Ahora no se trata de una lucha de intereses de una oscura corporación — aunque hay algunos puntos claves sobre el tema  en su tercer tramo— ni, tampoco, solo víctimas en busca de evitar una muerte violenta. Uno de los grandes puntos de Alien: Romulus es crear un contexto creíble para sus personajes. Mucho más, cuidar detalles como su necesidad de explorar y los errores que le llevan a enfrentar, por supuesto, al xenomorfo, más cruel y siniestro que nunca.

Una historia independiente al resto

Alien: Romulus se ubica cronológicamente entre lo acontecido en la cinta de 1979 y su secuela de 1986. Por lo que todavía el xenomorfo no es una amenaza a tener en cuenta de inmediato. Pero sí, y tomando en cuenta las precuelas Prometeo y Alien: Convenant, un punto de interés considerable para Weyland Corp. Eso permite al guion recuperar parte del misterio que rodea a su criatura principal.

La película, de nuevo, explora en el enigma de una salvaje entidad con una biología perfecta y tan imparable como su existencia sea inexplicable a ojos científicos. Pero mucho más, y de la misma manera en que lo hizo Dan O’Bannon, en el hecho de ser la síntesis de un mal brutal y orgánico, invencible. A la vez, un recurso que la corporación pudiera utilizar en beneficio propio.

El terror es el protagonista en 'Alien: Romulus'

La acción comienza de inmediato y desde la primera escena pone a prueba la propuesta visual de Galo Olivares. Con su aspecto ruinoso, brutal y sangriento, la cinta avanza con rapidez. Y de hecho, la introducción de los facehuggers para marcar la idea general del terror a través de una especie de anzuelo visual funciona gracias a la premisa del terror oculto. Lo que permite a la cinta tomar muchos de los componentes de los códigos del cine de terror para contar su relato.

Al mismo tiempo, resulta intrigante el tratamiento que la película da a sus personajes. Se trata de un grupo de jóvenes sin más esperanzas que encontrar chatarra espacial reutilizable en algún punto del cosmos. Por lo que aunque hay todo tipo de insinuaciones sobre dilemas corporativos, no es el centro de la trama. De hecho, su cualidad como mineros, de nuevo bajo la mano empresarial y brutal de Weyland, convierte sus dilemas en más orgánicos y cercanos que otros personajes en las anteriores entregas.

También son inexpertos y el argumento aborda la novedad de sus descubrimientos desde cierta óptica de un lúgubre entusiasmo. Para esta tripulación, encabezada por Rain Carradine (Cailee Spaeny, de Priscilla) y su hermano de crianza, el sintético Andy (David Jonsson), todo el espacio es un campo de descubrimientos. Lo que lleva a la cinta a nuevas dimensiones. Un elemento interesante en Alien: Romulus es la idea que el universo está poblado de mundos muertos. 

No solo planetas — que la cinta insinúa en uno de sus momentos más intrigantes y en los que hace directa referencia a Prometeo, para su parte final  — sino estaciones espaciales y naves a la deriva. Buena parte de la primera parte de la cinta profundiza en esa idea y parece enlazar con algunas premisas más amplias sobre la industrialización y el pesimismo que rodean a la distopía central. Pero, quizás demasiado pronto, el argumento abandona esos temas para enfocarse en lo realmente importante. Los verdaderos horrores que acechan en medio del espacio. 

Un monstruo al acecho

El xenomorfo nunca fue más inexplicable, alejado de cualquier característica humana, y violento de lo que lo es en la película de Alien: Romulus. Eso, a pesar de aparecer relativamente poco y que el argumento está más interesado en el facehugger. Con una envergadura física mayor que en cualquier otra cinta de la franquicia, su aspecto es temible, detallado y pulcro. Lo que permite a Fede Álvarez — experto en espacios claustrofóbicos y siniestros — jugar con la habilidad para la cacería de la criatura temible escondida entre los escombros de la estación espacial.

Uno de los giros más interesante de la cinta es explorar y ahora así, con un punto de vista casi obsesivo, la naturaleza cazadora del xenomorfo. Si en otras películas la criatura parecía una bestia salvaje en busca de solo matar, en esta ocasión se muestra un subtexto en que se adivina la capacidad de su instinto del depredador. Para la ocasión, Álvarez convierte a toda su película en una tétrica exploración gótica, en que cada sombra y corredor es un elemento mortal. 

Eso, sin olvidar la acción. El grupo intentará defenderse y de hecho, para su segunda mitad, es evidente que la cinta homenajea sin rubor a Alien: el regreso. En específico, al crear la sensación que los sobrevivientes utilizarán cada recurso al alcance para enfrentar a lo que se esconde entre la chatarra oxidada y la inmensa soledad de una construcción que los xenomorfos consideran suya. 

Un tramo final para la historia del cine de terror

Pero son los últimos quince minutos los que hacen de Alien: Romulus una pieza de terror sobresaliente. Fede Álvarez emplea a fondo su conocimiento de los códigos de terror para convertir al xenomorfo en algo más que un enemigo formidable. También explora la idea de la violencia, el miedo y el mal, a través de su criatura. Esta vez casi por completo realizada por efectos prácticos y, sin duda por eso, la de mejor apariencia en años. Todo lo anterior en un escenario que muestra a la ciencia ficción imaginada por Ridley Scott en 1979 desde un punto de vista más sólido y complejo. 

Alien: Remulus examina una idea del terror que se mezcla con la violencia. En un grado tan brutal que, por momentos, transforma la película en una serie de secuencias impactantes. Pero el director es lo suficientemente hábil para no dejarse llevar por la evidente tentación de convertir la película en una serie de escenas brutales. Por lo que incluso en los momentos más duros, el subtexto persiste. Esta es una historia de horror en que un puñado de seres desprevenidos son observados, destruidos y utilizados por una criatura violenta.

Un innecesario guiño nostálgico

Quizás, el elemento más controversial sea un pequeño guiño a la nostalgia que utiliza un personaje de otras entregas para explorar en varios planteamientos distintos. En especial, recobrar a través de la idea de los androides información que pueda beneficiar a la trama actual. Por supuesto, se trata de una excusa, como cualquier otra, para conectar Alien: Romulus con el resto de la franquicia. Pero el recurso peca de innecesario y podría ser el punto más bajo, si no el peor, de un argumento bien llevado y hasta el momento tenso y brillante por derecho propio.

Alien: Romulus

Con todo, gracias a un final extraordinario, la cinta es, quizás, el añadido más interesante de la saga desde su primera entrega. Una nueva visión de la criatura y también, con la proeza de empalmar todas las partes de información de las películas que le preceden cronológicamente, es punto interesante en la mitología de la saga.

Aun así, usa su cualidad de historia cápsula — se puede disfrutar de ella sin haber visto ninguna otra — como ventaja a la hora de innovar en ritmo. Pero, en especial, en la manera de contar una historia conocida con un tono nuevo y retorcido. Lo que convierte a Alien: Remulus en una promesa: la que la saga recupere su brillo perdido con más proyectos semejantes.