Incluso quiénes no creen en la astrología, han consultado alguna vez su horóscopo, ya sea por las risas o por desesperación. Cuando parece que todo te sale mal, es agradable ver que algún desconocido te dice que por haber nacido a finales de junio vas a tener una buena semana en el trabajo. No tan buena con el amor; pero bueno, cuando todo sale mal acabamos contentándonos con poco. Ahora bien, ¿hasta qué punto es eso cierto?
Puede que estés pensando que es un sinsentido dedicar tiempo a investigar la eficacia del horóscopo, si está claro que no la tiene. O quizás te esté enfadando esa afirmación, porque creas que la astrología es una ciencia más y que sí goza de evidencia científica. Para romper por fin con este eterno dilema, el matemático Spencer Greenberg y su equipo del proyecto Clearer Thinking han llevado a cabo un curioso experimento.
Este constó de dos partes. La primera era de lo más simple. Básicamente, intentaron hacer 37 predicciones sobre un grupo de personas, basándose solo en lo que dicta su signo del zodiaco. Después, hicieron las mismas predicciones con ayuda de un test de personalidad. Esto último ayudó a realizar predicciones muy precisas, mientras que el horóscopo no sirvió de nada. Cuando publicaron estos resultados, muchos astrólogos se quejaron de la metodología, por lo que realizaron un nuevo experimento, diseñado con la ayuda de estas personas. Ya todo estaba a favor de la astrología, ¿pero también los resultados?
Un estudio realizado junto a 152 astrólogos
El experimento fue realizado por el equipo de Greenberg y 6 astrólogos, que a su vez contaron con la participación de otros 152 trabajadores de este ámbito con distintos niveles de experiencia.
Las quejas de los astrólogos sobre el primer experimento se basaban en que no basta solo con mirar el signo del zodiaco de una persona. Para hacer predicciones sobre ella, es necesario realizar su carta astral completa.
Por eso, este nuevo experimento consistió en dejar que los astrólogos escuchasen las respuestas a 43 preguntas sobre la personalidad de un grupo de voluntarios. Después, se les mostraron 5 cartas astrales, de las que solo una se correspondía con la persona de la que habían escuchado las preguntas.
Para que el experimento se concluyese a favor de los astrólogos, sería necesario que acertasen más del 20% de ocasiones que se asocia al azar. No obstante, el porcentaje de aciertos fue ligeramente inferior al 21%. No podía considerarse que no hubiese sido casualidad.
Y eso no es todo. También se observó que los astrólogos veteranos fallaban igual que los más novatos y que los resultados no coincidían entre ellos. Esto último es algo curioso. Si el horóscopo fuese una ciencia exacta, acertada o no, los resultados deberían parecerse entre sí. Debería haber una misma metodología. No obstante, las respuestas de distintos astrólogos eran muy dispares, por lo que parece que hubo una gran subjetividad.
¿Por qué acierta el horóscopo?
A pesar de los resultados de esta investigación, todos nos hemos sentido alguna vez identificados con lo que decía nuestro horóscopo. ¿Cómo puede ser eso posible?
La respuesta está en un fenómeno conocido en psicología como efecto Forer. Este fue descrito por primera vez por el psicólogo B. R. Forer, quien decía que “la gente tiende a aceptar descripciones personales vagas y generales como excepcionalmente aplicables a ellos mismos sin darse cuenta que la misma descripción podría ser aplicada a cualquiera”.
Si tu horóscopo simplemente te dice que tendrás un buen día en el trabajo, puede que te baste con que no te despidan para sentirte identificado. Si tu signo del zodiaco señala que eres una persona amiga de sus amigos, ya sería difícil que no sientas que lo eres. Son predicciones o descripciones muy amplias, con las que es fácil acertar. Pero nuestro cerebro no lo ve así. Interpreta que claramente nos han descrito con precisión.
Da igual que simplemente nos basemos en lo más generalista de nuestro signo zodiacal o en una carta astral pormenorizada. El cielo que cubría nuestras cabezas el día que nacimos no influirá de ningún modo en nuestro futuro. Salvo que sea un cielo contaminado, claro, pero ese ya es otro cantar.