Una de las primeras escenas de El Decamerón marca el tono que tendrá esta miniserie de ocho episodios de Netflix. En la secuencia puede verse un cuervo muerto, un cadáver descalzo y un niño que ríe alborozado por la visión de ambas cosas. Todo esto, en el paisaje radiante e idílico de la Florencia de 1348. Esa primera perspectiva acerca de lo que vendrá — y que la producción anuncia como el comienzo de la peste negra— expone dos cosas. Por un lado, que el argumento adapta el sentido del humor retorcido de la inmortal obra italiana medieval. Por el otro, que se toma muy en serio la idea de combinar la ironía y la tragedia como hizo la obra original.
Claro que se trata de una apuesta arriesgada. La serie, de la misma manera que la obra en que se basa, cuenta la historia de un grupo de nobles que intentan refugiarse de la muerte en una suntuosa villa. Esto sucede en medio de la sensación de que lo que está ocurriendo puede desbordarse pronto. En el peor de los casos, como un contagio que asesine a los que intentan sobrevivir en su opulento retiro. En el mejor de los casos, que, finalmente, puedan superar el horror entre sexo, humor pendenciero y una larga lista de intrigas.
El Decamerón
El Decamerón relata, con humor negro, la clásica historia de un grupo de nobles, enclaustrados en una villa durante la peste negra en la Florencia medieval. Pero en esta ocasión el argumento se burla de manera siniestra y satírica de la reciente pandemia y el comportamiento delirante de las celebridades modernas. El resultado es una historia desigual que en ocasiones pierde su propia capacidad para hacer reír, y termina por convertirse en una colección de giros predecibles.
El Decamerón podría resultar una propuesta aburrida de no ser porque el guion de Sarah Stoecker y Zoe Jarman hace algo inesperado. Poco a poco, las situaciones complicadas, provocadoras y directamente burlonas no buscan parodiar al libro original, sino a la reciente pandemia del coronavirus, que la producción enfoca desde la visión de sus personajes decadentes, torpes y frívolos.
El Decamerón retrata a un grupo de aristócratas en el fin del mundo
Poco a poco, y en especial desde su segundo capítulo, El Decamerón no disimula que cada hombre y mujer detrás de las murallas tiende a parecer una burla de cómo lidiar con un suceso que les sobrepasa. Lo que conecta a la serie de forma muy evidente con la cuarentena mundial de pocos años atrás. Pero la producción no es obvia al profundizar en su premisa, por lo que logra que sea algo más que un chiste contado en un escenario exótico.
El Decamerón toma su visión acerca del desastre y el miedo para contar una comedia dramática que se vuelve oscura con rapidez. De hecho, uno de los puntos que sorprende de la nueva producción de Netflix es su capacidad para hacer reír y conmover con enorme facilidad. Mucho más, para utilizar la dinámica de personajes que cuentan una historia por turnos y obtener algo más profundo. Imaginar el fin de los tiempos —que los personajes no dudan pueda estar sucediendo— como la última oportunidad de revisitar la vida, el amor y hasta la derrota. Todo a través de diferentes relatos, que cada personaje cuenta en voz alta.
Miedo, deseo y humor
La dinámica de El Decamerón le permite funcionar en dos escenarios. Uno de ellos es el constante sentido de fusionar la sátira con una burlona visión del privilegio. Después de todo, sus personajes se encuentran rodeados de lujos, sirvientes y bellezas, mientras saben que la muerte arrasa con todo a su alrededor. Es inevitable establecer comparaciones entre los espléndidos escenarios lujosos desde el que las diferentes figuras se quejan del miedo o el dolor, con la forma en que muchas celebridades reaccionaron a la pandemia. Mucho más, cuando la producción lo hace con un fino sentido del absurdo.
El otro es el que explora lo que aparenta ser un trauma colectivo. La serie tiene la capacidad de mostrar una Florencia muy cerca del desastre definitivo y que medita sobre sus errores. Pero no lo hace con arrepentimiento ni tampoco con preocupación. Más bien, se trata de una fiesta extravagante que se extiende en todas direcciones y que la propuesta explota como un mosaico de la frivolidad e, incluso, de la crueldad humana. Por lo que El Decamerón no intenta ser históricamente correcta — no lo es, de hecho—, ni tampoco una revisión adecuada del libro. Ajena a las comparaciones, es una historia independiente que descubre con sutileza sus complejidades.
Ni tan oscura, ni tan sexual
Tal vez por el mismo hecho de que El Decamerón dedica mucho tiempo a burlarse de sus personajes atractivos, ridículos y triviales, la serie pierde cierta capacidad de sorprender. Al tercer capítulo ya se puede predecir con bastante propiedad cuál será el ritmo en adelante. Asimismo, termina por gastar el evidente paralelo entre sus diez despreocupados personajes centrales y las celebridades contemporáneas.
Aunque jamás llega a resultar aburrida, se echa de menos que El Decamerón no sea todo lo atrevida y audaz que promete. Si bien hay variedad de escenas sexuales, insinuaciones y chistes subidos de tono, todo se queda en la superficie. Mucho más cuando, justamente, insinúa en más de una oportunidad que romperá tabúes o impactará al espectador. Pero mientras las historias que se muestran en pantalla van desde asesinatos hasta trampas, mentiras y manipulaciones sociales de todo tipo, el trasfondo sabe a poco.
Más interesada en hacer reír que en aleccionar —algo que no siempre consigue—, El Decamerón es una mezcla de muchas cosas que no resulta clara. ¿Se trata de una combinación entre la burla a la sociedad de consumo y al miedo a morir, como sugiere parte de su argumento? ¿O le apunta a la capacidad del ser humano de ser torpe y mezquino en las peores situaciones? La serie no responde ni una cosa ni la otra, por lo que su argumento queda a mitad de un incómodo terreno sin definir. Este es el mayor problema de una trama que podría haber sido una de las grandes sátiras del año y prefirió ser una burla discreta.