En 1916, un contrabandista estadounidense, encarcelado por haber matado a su segunda esposa con un hacha, escapaba de prisión con ayuda de una pequeña sierra que había permanecido escondida en su zapato. Sesenta y tres años más tarde, su cuerpo decapitado aparecía en una cueva cerca de Idaho, aún con la misma ropa que se describía en la orden de busca y captura emitida tras su fuga.

Si bien este podría parecer el comienzo de un western con viajes al futuro, se trata de un caso real, que ha esperado hasta el último día de 2019 para ser resuelto definitivamente. Eso sí, aunque los investigadores hayan logrado identificar el cuerpo, aún siguen sin entender cómo llegó su cadáver sin cabeza hasta esa cueva. El caso sigue abierto.

Lee Bingham Redgrave

Una historia de película

En agosto de 1979 una familia se encontraba buscando puntas de flecha en la cueva de Buffalo, cerca de Idaho, cuando encontraron una tumba poco profunda en la que se encontraban los restos envueltos en arpillera de un torso decapitado.

Dos décadas más tarde, una niña se topó con una mano momificada mientras exploraba en ese mismo lugar. Esto llamó la atención de algunos investigadores, que se desplazaron hasta la cueva, en la que encontraron otro brazo y dos piernas, también envueltas en arpillera. La cabeza nunca apareció.

Según cuentan en Associated Press, las autoridades locales decidieron trasladar el caso a la Universidad Estatal de Idaho, donde numerosos profesores y estudiantes de antropología se pusieron manos a la obra, en busca del origen de los huesos. Además, colaboraron en la búsqueda algunos expertos del Instituto Smithosnian y el FBI. Entre todos concluyeron que el cuerpo pertenecía a un hombre castaño rojizo, de ascendencia europea, que debía tener en torno a 40 años cuando murió. No se pudo esclarecer con seguridad la causa de la muerte, aunque sí que su cuerpo fue desmembrado con varias herramientas afiladas, quizás para facilitar que el asesino pudiera esconderlo.

Más tarde, el caso pasaría a formar parte del proyecto DNA Doe, denominado así por John Doe, Jane Doe y, Janie Doe y Johnny Doe, el nombre que se da habitualmente en ciencias forenses a cuerpos de hombres, mujeres y niños sin identificar, así como a una persona viva que oculta su identidad intencionalmente. Esta organización se dedica a identificar restos sin nombre de personas desconocidas, con el fin de devolverlos a sus familiares.

¿Es verdad que ahora los cadáveres humanos tardan mucho en descomponerse?

Los miembros de este proyecto se encargaron de secuenciar el ADN del cadáver y reconstruir un árbol genealógico a partir de las bases de datos de las que disponían. De este modo, descubrieron que el hombre sin cabeza provenía de los pioneros que viajaron a Utah con la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y que probablemente su abuelo era un hombre con cuatro esposas. Como es lógico, esto daba lugar a una lista inmensa de posibles antepasados del desconocido, que para colmo había muerto en una fecha que los investigadores no habían podido determinar. Fue necesario analizar tumbas y noticias de periódico de diferentes épocas, vinculadas a los descendientes de aquel polígamo mormón, con el fin de encontrar candidatos a ser el John Doe de la cueva. Y así fue como se toparon con un individuo que llamó especialmente su atención: Joseph Henry Loveless.

Existía una lápida con su nombre, pero en realidad no había ningún cuerpo enterrado junto a ella, lo cual demostraba que desapareció y su cadáver nunca se encontró. Decidieron buscar algún indicio de su vida en los periódicos de la época y, efectivamente, encontraron varias noticias sobre él. En una de ellas se hablaba de la muerte de su segunda esposa, que había sido asesinada por un tal Walt Cairns. Sin embargo, en otro periódico uno de sus cuatro hijos había declarado que en realidad había sido su padre el asesino y que había ido a la cárcel por ello. No obstante, reconocía que sabía que escaparía pronto, pues siempre lo conseguía.

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Descubrieron que aquel hombre era un proscrito, contrabandista y falsificador profesional que había estado en la cárcel numerosas veces, la última en 1916, aunque solo por unos meses; pues, como su hijo vaticinó, terminó escapándose. Aquel día se le perdió la pista. Sin embargo, había un póster de búsqueda y captura, en el que aparecía precisamente con la ropa que llevaba el cadáver encontrado en la cueva.

Estaba claro que se trataba de él. Una vez descubierto esto decidieron buscar a sus descendientes vivos, que no tenían ni idea sobre la sórdida historia de Joseph. Ahora solo falta saber cómo murió. Un hombre así debía tener muchos enemigos, ¿pero qué pudo pasar para que tuviese ese final? Lo que está claro es que no debió ser un caza recompensas, pues se encargó de que el cuerpo no apareciese. Al menos durante 60 años. El misterio sigue y los investigadores encargados de desentrañarlo no están dispuestos a rendirse todavía.