En 1992, Quentin Tarantino estaba en la brecha entre ser un afortunado debutante y un director reconocido. Perros de la calle (1992), había sido un éxito de crítica y había cosechado un moderado entusiasmo entre amantes del cine. Pero no era suficiente para brindar verdadera relevancia al ambicioso autor.  Por lo que, de inmediato, comenzó a trabajar en una idea que le había acompañado por años. Pulp Fiction, una extrema combinación entre violencia, cine de autor y acción. Todo, entre los parlamentos más inteligentes del cine de las últimas décadas y con una estética radical.

Por lo que este decidió, tomar una decisión radical. A finales de ese mismo año viajó a Ámsterdam a un apartamento en el que apenas había un par de muebles y en el que se encontraba por completo aislado. Sin teléfono, fax o cualquier medio para comunicarse con el exterior, Tarantino solo podía escribir y eso fue lo que hizo. 

Al menos, eso es lo que contó el eterno enfant terrible de Hollywood a Vanity Fair en 2013, cuando dedicó tiempo a recordar todo el proceso creativo de un guion que haría historia. También contó que le llevó tres meses de esfuerzos, trabajo y revisiones, hasta lograr la obra que imaginó por años. Una historia fragmentada que unía en un mismo escenario tres arcos violentos, todos envueltos en la estética de las revistas Pulp Fiction

Rompiendo esquemas a través de un nuevo tipo de cine

Pero más allá de un experimento afortunado — que lo fue en muchos sentidos — la película que escribió Tarantino, estaba destinada a cambiar la historia del cine contemporáneo. No solo por su osadía — en la que ya había mucho que explorar — sino también, por su radical manera de subvertir el lenguaje cinematográfico. 

Pulp Fiction, utilizaba el tiempo, los diálogos, la música y la puesta en escena de una manera, que sin ser desconocida — había mucho de cine francés en su obra — era innovadora en Hollywood. A la vez, era un riesgo, que mezclaba el cine de autor, con la acción más violenta y un subtexto pseudo filosófico, con tintes nihilistas. El resultado es una película que se extiende a través de sus personajes con una libertad e independencia que resulta sorprendente en la industria estadounidense. 

La cinta de Quentin Tarantino, no era un subproducto comercial para recuperar ganancias en taquilla. Pero tampoco era precisamente cine de autor. Entre ambas cosas, la historia de matones, drogadictos y criminales, era tan compleja como temeraria. Una obra compacta, llena de humor y una perversa versión de la realidad. 

Todo comenzó por una casualidad afortunada

Por entonces, Tarantino sabía que tenía talento. También, una relativa experiencia entre cortos y guiones, en los que había demostrado su habilidad. Pero Pulp Fiction, era un relato mosaico, elaborado y que se alimentaba de todas sus obsesiones y referencias. En especial, porque el argumento, que pensó, borró y volvió a escribir docenas de veces en su estadía en Holanda, bebía de muchas fuentes. 

Por un lado, de las novelas negras de 1930, de la que copió estructura, tensión y enlace entre las historias. Por otro lado, era una cinta que exploraba el amor de Tarantino por el cine, que robaba, reconvertía y combinaba (todo a la vez), las cintas favoritas del escritor y director. Para entonces, la productora TriStar le había extendido un contrato por 900.000 dólares. El realizador tomó el dinero a Europa y se decidió a crear algo nuevo. 

En tres meses y con la ayuda de Roger Avary, Tarantino trazó el mapa de Pulp Fiction, para que fuera comprensible. De modo que ordenó escenas, construyó los vínculos temporales y hasta se tomó la molestia de escribir las biografías de alguno de ellos. Todo a mano y en una docena de cuadernos, en lo que escribió con la misma caja de lápices, según contaría en una entrevista al American Film Institute. Gradualmente, la obra tomó forma y terminó por ser una rara visión de una historia compleja, lista para filmarse. 

Comienza la travesía hacia el triunfo

De regreso a Norteamérica, los desordenados doce cuadernos orinales, debían ser revisados. Por lo que Tarantino se comunicó con Robert Towne — guionista de Chinatown — que, a su vez, le recomendó el trabajo Linda Chen, experta en mecanografía y script doctor. Fue la experta la que trabajó codo a codo con el director, para depurar la historia, reescribir algunas partes y corregir, en gramática y ortografía, a la idea original escrita en Europa.

Un año después y específicamente, gracias a los esfuerzos de Linda Chen, el guion estuvo listo. Con 159 páginas, era más largo y tenía mayores detalles que los habituales originales que solían recibir las productoras, pero Tarantino se negó a resumir o prescindir de cualquier otra escena. Fue este ejemplar el que recibió Mike Medavoy, director de TriStar. Este rechazó la cinta por su violencia y malas palabras, pero apenas entró en venta, Danny DeVito convenció a Miramax de comprar derechos de producción y distribución. 

Lo siguiente, se trató de un trabajo artesanal para conseguir financiamiento. Y gracias a Harvey Keitel (que a su vez convenció a Bruce Willis de actuar), el proyecto obtuvo $8 millones como presupuesto. Mucho más de lo que cabría esperar para una película independiente, con una estructura inclasificable y dirigida por un desconocido. Tarantino, que tenía un elenco ideal que deseaba reclutar, dedicó tiempo y esfuerzo a hacerlo. Por lo que, en una ocasión, telefoneó a Uma Thurman y le leyó el guion entero a para convencerla de encarnar Mia Wallace. La actriz diría después a Vanity Fair que la mera idea de formar parte de un proyecto disparatado como ese, la convenció. 

El éxito gracias a Cannes

Miramax confiaba tanto en su película, que la envió al Festival de Cannes de 1994. La película causó revuelo, no siempre para bien, y sorprendió a la prensa especializada, que celebró cada decisión de Tarantino para la cinta. Poco después, se alzaba con la prestigiosa Palma de Oro, en una decisión que sorprendió y abrió una nueva etapa en el cine. La de un tipo de película que exploraba en la maldad contemporánea desde el humor perverso, pero también, alimentada por la cultura pop. 

Un año después, Quentin Tarantino ganaría el Oscar a mejor guion original. Un éxito sin precedentes que llevó a Pulp Fiction a convertirse en un ícono del cine contemporáneo y a su director, en un emblema de la evolución cinematográfica. Lo demás, es historia de la industria y del arte, tal y como lo conocemos en la actualidad.